Hay indicios de que algunos animales pueden tener un comportamiento mortuorio. Algunos primates, como los chimpancés o los gorilas, pueden mostrar cambios en su comportamiento habitual, como permanecer cerca del cadáver durante un tiempo, limpiar los dientes del cadáver o incluso las madres cargan con el cadáver de un ternero muerto durante semanas. Con el paso del tiempo, acaban abandonando el cuerpo sin vida y esa actividad cesa para siempre.
Otras especies, como los delfines o los elefantes, también desarrollan comportamientos específicos con los cadáveres de sus parientes, como mirar, tocar o incluso transportar el cadáver durante un tiempo. Este tipo de comportamiento es fascinante, pero no se considera un comportamiento funerario, sino mortuorio. ¿Recuerdas las diferencias entre estos comportamientos?
La muerte es una experiencia compartida por todos los seres vivos, pero sólo las personas honran a los muertos con ritos funerarios. A diferencia del comportamiento mortuorio (relacionado con el tratamiento del cuerpo tras la muerte), el comportamiento funerario es una actividad ritual, simbólica, que se caracteriza por tener dos componentes: el espacio y el tiempo. Los humanos creamos espacios para los muertos. Además, honramos a la muerte y mantenemos un vínculo con ella a lo largo del tiempo, conmemorando al difunto mediante ritos. De esta forma, un proceso natural (la muerte) se convierte en un proceso cultural, que con diferentes manifestaciones mortuorias, es común a todas las culturas humanas que actualmente habitan el planeta.
La cultura de la muerte es un eje común y exclusivo de los seres humanos, pero, ¿cuándo comenzaron nuestros antepasados a adquirir una cultura de la muerte? Escucha nuestro podcast «Historias de la Prehistoria» para saber más.